Ciencia y dogmatismo
¿Cuál es el rol del consenso en el funcionamiento de la ciencia?
A partir de la Revolución Científica, con los descubrimientos de Galileo y Newton en el siglo XVII, la ciencia ha ido adquiriendo un rol central no solo en nuestra forma de entender las leyes naturales, sino también en la manera en que abordamos el debate en torno al diseño de políticas públicas. El avance de los consensos científicos explica en buena medida la velocidad con que la sociedad ha ido progresando en los últimos dos o tres siglos.
Pero el proceso nunca ha estado libre de controversias. Hoy en día aparecen periódicamente estudios de investigación que avalan o refutan las propuestas que los distintos sectores políticos impulsan para resolver problemas públicos. Ejemplos sobran: estudios sobre energías renovables, estrategias de vacunación, demografía y tasas de natalidad, la importancia del deporte y el peligro de las redes sociales para los niños, etc. Investigaciones de este tipo suelen tener un efecto significativo en la opinión pública, lo cual naturalmente pone a la ciencia en conflicto con quienes ven una amenaza para sus agendas ideológicas.
Y este conflicto presenta dos riesgos importantes para el proyecto científico. Por un lado están los ataques por parte de corrientes anti-ciencia, que tienden a prescindir del método científico en favor de dogmas teológicos o teorías conspirativas.
Pero también existe un riesgo menos visible y por lo tanto más difícil de combatir: casi nadie entiende realmente cómo funciona la ciencia. Este problema es delicado porque erosiona las bases de todo lo que hemos ido construyendo en occidente. Si no entendemos cómo la ciencia nos acerca a la verdad, difícilmente podremos defenderla de quienes la acusan de ser simplemente una religión más.
Tomemos como ejemplo el caso del cambio climático. El consenso en la materia es unívoco: la acción humana está teniendo un impacto importante en ecosistemas a nivel global, y de no corregir el rumbo —y cambiar la matriz energética— arriesgamos sufrir consecuencias catastróficas. Quienes se oponen a este enfoque acusan a la comunidad científica de estar capturada por ideologías progresistas y prefieren escuchar voces disidentes e ideas conspirativas. Por otro lado, quienes defienden la institucionalidad científica exigen respetar la autoridad del consenso de los expertos. Después de todo, dicen, ese consenso expresa las ideas de nuestras mentes más brillantes.
Es cierto que el consenso científico suele ser un buen atajo para quienes no estamos tan familiarizados con detalles técnicos, pero también es cierto que la abrumadora mayoría de intelectuales y académicos se ubica en sectores de izquierda y son muchas veces activistas. Entonces, ¿a quién debemos escuchar?
Llego aquí al punto central que quiero proponer: la ciencia no funciona en base a consensos. Lo que diga la comunidad científica no debiera ser objeto de nuestra “confianza” ni razón para abandonar el proyecto científico. Las afirmaciones que hacen los expertos, ya sea en cuanto al cambio climático o cualquier otra materia, deben juzgarse no según la magnitud de los consensos que concitan, sino de acuerdo al mérito de las explicaciones que sustentan esas afirmaciones.
A modo de heurística, al analizar las conclusiones de cualquier estudio científico hay un error muy común al que vale la pena estar atento. El error consiste en pretender predecir fenómenos inherentemente impredecibles, y en particular aquellos fenómenos sujetos a los efectos de la creatividad humana. Vuelvo aquí al caso del cambio climático. El reporte del IPCC plantea que hasta 200 millones de personas podrían ser desplazadas como consecuencia de un entorno cada vez más hostil. Tal predicción —o profecía— escapa a los alcances de la ciencia. No existen herramientas que nos permitan predecir el desarrollo futuro de la infraestructura anti mareas o eventuales avances tecnológicos en sistemas domésticos de control climático. Ciertamente nada garantiza que la tecnología vaya a solucionar efectivamente todos nuestros problemas, pero la mera posibilidad de que eso ocurra despoja a la ciencia de todo poder predictivo cuando el hombre está involucrado.
Un aspecto central de la actitud científica es el rechazo a cualquier autoridad que pretenda ser el guardián de la verdad. Así, quienes exigen respetar la autoridad del consenso científico están, paradójicamente, adoptando una actitud contraria a los valores de la ciencia.
Más apropiada entonces es la actitud de Condorito, cuando miraba al lector y exclamaba “exijo una explicación.”