La promesa de la democracia
Se habla mucho últimamente del retroceso de la democracia al rededor del mundo y de un reencanto de la gente con corrientes autoritarias. ¿A qué se debe este fenómeno?
La explicación más común es que la ciudadanía exige resultados, y cuando la política no cumple, o cuando el gradualismo democrático se torna insoportable, las personas rápidamente empiezan a buscar soluciones en alternativas iliberales. De acuerdo con este diagnóstico, la democracia solo puede funcionar cuando nuestros líderes están dispuestos a dejar de lado sus intereses para lograr acuerdos que beneficien al país. Y por el contrario, cuando las instituciones son capturadas por líderes egoístas o intransigentes, la democracia sencillamente queda sin respuestas.
Visto así, el panorama es muy desalentador. Lo único que podemos hacer es cruzar los dedos para que nuestros líderes se amiguen o para que surja alguna figura que logre congregar a las mayorías moderadas.
Pero hay otra forma de ver el asunto. La democracia en realidad no promete acuerdos ni resultados. La promesa de la democracia es un estado que rinda cuentas a la ciudadanía y una clase política vulnerable a los rigores del voto. En otras palabras, la promesa de la democracia es castigo para quienes abusen de sus cargos de poder o cometan errores inaceptables. El votante no siempre obtiene lo que quiere, pero siempre puede rechazar aquello que no quiere. Así, el trabajo serio y la búsqueda del bien común no son una condición para el funcionamiento de la democracia, sino una consecuencia de instituciones democráticas bien diseñadas.
A partir de este cambio de paradigma, el fenómeno del retroceso de la democracia adquiere un significado completamente distinto: la ciudadanía acude a los autoritarismos no tanto por la urgencia de resolver ciertos problemas, sino por la incapacidad de nuestras instituciones de cumplir la promesa de la democracia. Nos prometieron castigo para los déspotas —dice el votante— pero los políticos parecen estar permanentemente dándose gustitos o involucrándose en escándalos. Y todo eso con total impunidad.
Este nuevo diagnóstico motiva a su vez un cambio de disposición frente al problema. En lugar de exigir un ambiente más cordial y dialogante en las instancias gubernamentales y legislativas, nuestro foco debe estar en las reglas del juego. Herramientas como el voto proporcional, las primarias o el balotaje ofrecen oportunidades para que los políticos se salgan con la suya.
La próxima vez que escuche sobre la creciente impopularidad de la democracia, en lugar de simplemente lamentarse por la incompetencia de los políticos, recuerde que las reglas electorales permiten ganar escaños en el parlamento con menos del 1% de los votos.