Representación
Chile atraviesa hoy una crisis de representación. La encuesta CEP de mayo de 2025 muestra que más del 60% de la gente no se identifica con ninguno de los partidos que configuran la oferta política, lo cual resulta paradójico si recordamos que el sistema cuenta con más de 20 partidos en el parlamento. La ingobernabilidad en el congreso, los escándalos del gobierno y los fallidos procesos de nueva constitución parecerían ser evidencia suficiente para concluir que la búsqueda de representación termina siempre por no representar a nadie. Pero existen dos formas muy distintas de concebir la representación en una democracia y ambas conducen a instituciones profundamente diferentes. Vale la pena revisar estas dos nociones cuando analizamos la crisis ya que, después de todo, el sistema completo se construye en base a este concepto.
La primera forma de representación consiste en la inclusión de todas las diversidades y grupos minoritarios en las distintas instituciones públicas. La idea es intuitiva: dado que en una democracia debe ser el pueblo quien gobierne, es imprescindible que las instituciones incorporen a todos los sectores de la sociedad de manera que las decisiones que tomen nuestros representantes coincidan con “la voluntad del pueblo.” Desde este punto de vista, el sistema debe estar diseñado con el objetivo de garantizar que el gobierno y el parlamento sean un espejo de la población, respetando la proporción de mujeres, pueblos originarios, credos religiosos, diversidades étnicas y otros grupos. También es importante incluir representantes que esgriman las banderas de las distintas causas o ideologías que mueven a la gente, como el ambientalismo, el animalismo, el feminismo y un largo etcétera. Cualquier grupo o causa que no cuente con un representante dedicado en el gobierno constituye un vacío de representación y la teoría dice que tarde o temprano ese vacío se traducirá en malestar social.
La representación así concebida tiene la virtud de ser una idea con una narrativa fácil de absorber, que pone al pueblo, y especialmente a los grupos oprimidos, en el centro del sistema. Además, al exigir que las instituciones públicas sean visiblemente diversas, el ciudadano de a pie tiene ciertas garantías —en teoría— de que sus problemas serán considerados en el debate. Así, quien se opone a este enfoque es rápidamente acusado de querer silenciar a sectores minoritarios de la población.
La otra forma de entender la representación consiste en enfocarse en el buen trabajo de las autoridades y la defensa de los intereses del electorado. Esta idea se basa en la convicción de que la ciudadanía no cuenta con las herramientas para legislar o implementar políticas públicas, pero sí está en posición de juzgar las acciones de quienes legislan y gobiernan. Bajo esta mirada, las características físicas y convicciones personales de nuestros representantes son irrelevantes y, en cambio, el foco debe estar exclusivamente en sus propuestas, en las decisiones que tomen y en sus consiguientes efectos. Así, el rol que deben cumplir nuestros representantes es similar al de los representantes de músicos o futbolistas. Los músicos y los futbolistas no buscan un representante que se les parezca físicamente o que comparta sus gustos musicales o futbolísticos, sino alguien que defienda sus intereses y les ayude a desarrollar una carrera exitosa. También ocurre lo mismo con el gerente de una empresa. La mesa directiva elige al gerente con el propósito de administrar el negocio y aumentar el valor de la empresa. Si el gerente no cumple con dicha tarea se le reemplaza rápidamente, y quien lo reemplaza es siempre alguien que los directores consideran hará un mejor trabajo en cuanto a la defensa de sus intereses y el valor de la empresa.
A partir de estas dos formas de ver la representación, que podemos llamar representación de espejo y representación de intereses, surgen naturalmente algunas preguntas: ¿qué instituciones llevan a la representación de espejo y cuáles a la de intereses? ¿Qué consecuencias sociales y políticas podemos esperar de cada una de estas definiciones?
El tipo de representación asociado al sistema político depende en gran medida de las características del sistema electoral y, más específicamente, de la naturaleza del voto y la regulación de los partidos políticos. En las democracias modernas —Chile entre ellas— abundan los sistemas basados en la representación de espejo, que se caracterizan por el voto proporcional y suelen contar con sistemas de partidos altamente regulados para controlar problemas como la fragmentación política y el “discolaje” de los parlamentarios. En este tipo de sistemas la oferta política es amplia y el voto consiste más que nada en una expresión de preferencias del electorado.
Por su parte, la representación de intereses se consigue a través del sistema electoral de mayoría simple uninominal. En este caso el voto es una herramienta esencialmente punitiva y las elecciones son una instancia para que la ciudadanía evalúe el trabajo de sus representantes. Los partidos políticos en sistemas de este tipo surgen naturalmente como forma de organización y no requieren del control abrumador y la regulación que caracteriza a los sistemas de representación proporcional. La oferta política suele ser más bien reducida, lo cual permite centrar los esfuerzos de la ciudadanía exclusivamente en evaluar el trabajo de quienes ocupan cargos de poder.
Estos dos diseños tienen un sinfín de efectos en el funcionamiento de los países. Vale la pena revisar algunos. Primero, el rol del ciudadano es completamente distinto. En la representación de espejo el ciudadano cumple un rol pasivo y el voto es simplemente una herramienta para censar a la población. El sistema es una caja negra que toma las preferencias del electorado y produce una configuración de fuerzas políticas sobre la que el votante no tiene mucho control. En la representación de intereses, por el contrario, el rol del ciudadano es activo y las elecciones son una oportunidad para castigar a las autoridades con mal desempeño. En este caso, los candidatos no tienen el beneficio del voto de arrastre ni del balotaje, y la formación de coaliciones es poco frecuente, por lo que partidos con bajo apoyo no tienen forma de colarse en el gobierno. De esta manera, y a diferencia de la representación de espejo, pequeños movimientos del electorado suelen tener consecuencias drásticas y frecuentemente se traducen en la destitución de la autoridad.
Segundo, el nivel de complejidad de cada sistema tiene un impacto importante en la noción de legitimidad de las autoridades. La representación de espejo requiere el uso de sofisticadas fórmulas matemáticas y regulaciones ad hoc para lograr efectivamente incluir a todos los sectores de la población, con lo cual abundan los parlamentarios con un apoyo menor al 10% de su distrito y no es raro ver diputados con apoyos menores incluso al 1%. Por su parte, la representación de intereses utiliza reglas simples y transparentes, de manera que la ciudadanía siempre tiene absoluta certeza respecto de la legitimidad de sus representantes.
Por último, y en conexión con lo anterior, los sistemas de representación de espejo suponen la presencia de múltiples representantes en cada distrito, por lo que el ciudadano nunca sabe exactamente a quién dirigirse para expresar quejas y exigir soluciones. Cuando las cosas en el país no van bien y la política muestra signos de flaqueza, ¿de quién es la culpa? ¿A quién tenemos que echar? Los sistemas de representación de intereses resuelven este problema asignando un único representante a cada distrito, lo que permite que toda persona sepa exactamente quién es el responsable de defenderle en la discusión legislativa y frente al gobierno.
Con un electorado desempoderado, autoridades con niveles de apoyo casi cómicos y una relación bastante ambigua entre ciudadanos y representantes, no es raro ver que la representación de espejo lleve al atrincheramiento de la clase política y al malestar social. Gran parte de la frustración y el descontento con la democracia son el resultado de construir instituciones en base a una forma de representación que privilegia los lugares comunes y las buenas intenciones en desmedro del poder de la ciudadanía.
Cuando exigimos un sistema más participativo y con mayor representación es crucial que nos detengamos a pensar en las formas de conseguir esos anhelos y en las consecuencias de cada alternativa. No vaya a ser que por pedir mayor protagonismo terminemos accidentalmente sumidos en la irrelevancia.